Hacía ya tiempo que quería ordenar el escritorio. Sabía donde se encontraba cada archivo, cada carpeta. Pero de repente, el despacho le pareció estrecho. Quedaba alrededor de media hora para volver a casa, así que calculó cuanto tiempo le haría falta para poder organizar todo aquel papeleo. Finalmente, se decidió.
Comenzó por retirar el portátil. Era fino, ligero y de un negro brillante, regalo de la empresa. Lo colocó sobre el sillón de cuero, que se quejó del calor de la máquina con un crujido. Con rapidez, recogió los bolígrados y utensilios y los colocó en el lapicero metálico que le reflejaba, colocado en la esquina superior izquierda de la mesa. Con un soplido, levantó el polvo, que lentamente se proyectó en el foco de luz de su lámpara, la única luz de la habitación. Las carpetas con fecha de octubre las dejó en el suelo, a la izquierda del escritorio; las de noviembre, en la parte derecha de la mesa, a mano.
Se giró, observando la gran estantería que cubría gran parte de la pared con los brazos en jarra. Multitud de memorias y discos de almacenamiento clasificados desde 1990 hasta 2071. Michael fue contratado hacía tres años por John Dallas, director de "The Last Hour", periódico de gran reputación.
Michael cubrió un atentado bioquímico en "Technology Sanity & Health", una de las dos empresas de investigación tecno-biológica, química y sanitaria del país. Por aquel entonces, tenía 22 años. No hacía más de cuatro meses que había terminado la carrera de Periodismo y su actuación le había dado aquel puesto tan prematuro en su experiencia.
- Señor Evans - se escuchó una voz detrás la puerta del despacho.
- Pase, Clarise - Michael pulsó el botón del lateral de su mesa y la puerta se deslizó.
- Me marcho, quería avisarle. Gonzalo y sus chicos son los últimos junto con usted que quedan en el edificio. Hasta mañana, señor Evans.
- De acuerdo, gracias Clarise - pulsó de nuevo el botón volvió a quedarse sólo.
Volvió a la estantería y juntó todos los documentos a un lado, haciendo hueco. Con la otra mano, colocó los documentos de la mesa, respetando la fecha de publicación. Alrededor de un cuarto de hora le llevó organizar lo que quedaba en la mesa. Finalmente, cuando todo estuvo en orden, la sensación de agobio comenzó a desvanecerse.
El repiqueteo de la lluvia en el gran ventanal de su planta 98, le llamó la atención. Se acercó y la observó durante un tiempo.
Comenzó por retirar el portátil. Era fino, ligero y de un negro brillante, regalo de la empresa. Lo colocó sobre el sillón de cuero, que se quejó del calor de la máquina con un crujido. Con rapidez, recogió los bolígrados y utensilios y los colocó en el lapicero metálico que le reflejaba, colocado en la esquina superior izquierda de la mesa. Con un soplido, levantó el polvo, que lentamente se proyectó en el foco de luz de su lámpara, la única luz de la habitación. Las carpetas con fecha de octubre las dejó en el suelo, a la izquierda del escritorio; las de noviembre, en la parte derecha de la mesa, a mano.
Se giró, observando la gran estantería que cubría gran parte de la pared con los brazos en jarra. Multitud de memorias y discos de almacenamiento clasificados desde 1990 hasta 2071. Michael fue contratado hacía tres años por John Dallas, director de "The Last Hour", periódico de gran reputación.
Michael cubrió un atentado bioquímico en "Technology Sanity & Health", una de las dos empresas de investigación tecno-biológica, química y sanitaria del país. Por aquel entonces, tenía 22 años. No hacía más de cuatro meses que había terminado la carrera de Periodismo y su actuación le había dado aquel puesto tan prematuro en su experiencia.
- Señor Evans - se escuchó una voz detrás la puerta del despacho.
- Pase, Clarise - Michael pulsó el botón del lateral de su mesa y la puerta se deslizó.
- Me marcho, quería avisarle. Gonzalo y sus chicos son los últimos junto con usted que quedan en el edificio. Hasta mañana, señor Evans.
- De acuerdo, gracias Clarise - pulsó de nuevo el botón volvió a quedarse sólo.
Volvió a la estantería y juntó todos los documentos a un lado, haciendo hueco. Con la otra mano, colocó los documentos de la mesa, respetando la fecha de publicación. Alrededor de un cuarto de hora le llevó organizar lo que quedaba en la mesa. Finalmente, cuando todo estuvo en orden, la sensación de agobio comenzó a desvanecerse.
El repiqueteo de la lluvia en el gran ventanal de su planta 98, le llamó la atención. Se acercó y la observó durante un tiempo.
1 comentario:
Buena semana para todos/as.
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