¿Qué decir cuando la agonía y la impotencia araña tu garganta mientras resistes las ganas de romper a llorar? Miras a la nada, a un punto ciego, engañándote inútilmente. Si por cada mentira los humanos recibiéramos un castigo, el mundo estaría muerto, pues las lenguas afiladas no dudan a la hora de hacer sangre, como el hierro, pero como se dijo: quien con hierro mata...con hierro muere. De lo que siembras, recoges. Ojo por ojo, diente por diente.
¿Cuánto dura un engaño? Porque los sentimientos son débiles, para bien y para mal. ¿Cuánto tiempo tardamos en olvidar al olvido? Pues pensar en olvidar nos lleva al recuerdo de lo que queremos borrar de nuestra mente, pudriéndonos la sangre, registrando cada ríncón de nuestro corazón, en busca de un momento extrañado, en busca de una imagen melancólica, que con desprecio arranca una sonrisa de tus labios agrietados, por la pena, la misería, el dolor de la lluvia que golpea una ventana, mientras el viento afila tus oídos con su silbido, frío como el hielo, constante como el olor de su pelo, el calor de sus manos, el bombear de su corazón en tu pecho, atrapándote con sus suaves brazos, bajo la mirada de sus malditos ojos, malditos porque te conocen, porque ningún otros podrán reemplazarlos, por muy lindos que sean, por muy sabios que parezcan.
Y resoplas, mientras te sorprendes con tus manos entre el pelo, mirando al suelo, con una lanza clavada en el pecho, que arde, que quema y que abre una herida en el corazón, esperando que algún día se cierre, esperando a que un día alguien te arranquen ese arma. Y sonríes, hasta que la noche cae y como un manto negro te abraza dulcemente, trayendo una sensación de vacío y de alivio inoportuno.
¿Cuánto dura un engaño? Porque los sentimientos son débiles, para bien y para mal. ¿Cuánto tiempo tardamos en olvidar al olvido? Pues pensar en olvidar nos lleva al recuerdo de lo que queremos borrar de nuestra mente, pudriéndonos la sangre, registrando cada ríncón de nuestro corazón, en busca de un momento extrañado, en busca de una imagen melancólica, que con desprecio arranca una sonrisa de tus labios agrietados, por la pena, la misería, el dolor de la lluvia que golpea una ventana, mientras el viento afila tus oídos con su silbido, frío como el hielo, constante como el olor de su pelo, el calor de sus manos, el bombear de su corazón en tu pecho, atrapándote con sus suaves brazos, bajo la mirada de sus malditos ojos, malditos porque te conocen, porque ningún otros podrán reemplazarlos, por muy lindos que sean, por muy sabios que parezcan.
Y resoplas, mientras te sorprendes con tus manos entre el pelo, mirando al suelo, con una lanza clavada en el pecho, que arde, que quema y que abre una herida en el corazón, esperando que algún día se cierre, esperando a que un día alguien te arranquen ese arma. Y sonríes, hasta que la noche cae y como un manto negro te abraza dulcemente, trayendo una sensación de vacío y de alivio inoportuno.
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